Después de diecisiete días en el hospital, me
voy a casa. Estoy muy confundida y nerviosa. Mi teléfono no funciona y tengo
que avisar a Maja para que venga a recogerme. Pregunto a Dragan, uno de los
compañeros, que sabe de tecnología, por qué mi
teléfono no funciona. Dice que se le ha agotado la batería, que probablemente
durante la noche pulsé algún botón y encendí el teléfono sin querer. Apenas
soluciono eso, cuando veo que se me ha caído el parche para el dolor. Dana y yo
lo encontramos en la cama con mucho esfuerzo.
Entonces entra la visita de los médicos, yo quiero quitarme las gafas, se me
cae un tornillo fuera del marco y un cristal. Por suerte, un compañero tenía un
pequeño destornillador, así que me las arregló muy
rápidamente después de la visita. Me calmo finalmente y aviso a Maja para que
venga a recogerme sobre las once.
Después
de esperar el informe de alta hospitalaria y de hablar con la doctora, Maja y
yo nos vamos del hospital y llegamos a casa sobre el mediodía. Maja se va
enseguida al Centro de Salud de Vračar con el informe de alta, porque ahora el
tratamiento continúa allí, a través del servicio de atención domiciliaria. El
médico del hospital no puede escribir la receta para el medicamento porque de
eso está encargado el médico del Centro de Salud. Maja aprendió muy pronto los
caminos y las divagaciones del sistema sanitario. De pequeña era muy tranquila,
organizada y capaz de percibir detalles. No le gusta que la cojan por sorpresa
sin algún papel, todo lo contrario a mí, que siempre estoy en apuros. Con la
ayuda de Cica, muy pronto aprendió las reglas necesarias. Yo me quedo en el
piso, meriendo congran esfuerzo y me preparo uncafé porque creo que me ayudará
a regular mi metabolismo. Pienso sobre la carga que
le he impuesto a Maja.
*
Cuando Maja empezó a ir al colegio terminó el tiempo que
pasaba con su abuela Sava. Acordamos que, después de las clases, se quedaría en
el centro para cuidarla después de la escuela hasta que nosotros regresáramos
del trabajo. Ya después de unos días, Maja empezó a rogarnos que le diéramos
las llaves del piso y que la dejáramos ir a casa después de las clases. Sabíamos
ya desde la guardería que prefería estar sola en su mundo que con los otros niños.
Al final cedimos. Estaba en las clases desde las ocho hasta las once y media y después
sola en casa hasta las cuatro o cinco de la tarde. Por la noche, mientras la
duchaba, le preguntaba si tenía miedo y cómo se sentía. Me dijo que se oían
diferentes ruidos en casa pero que no tenía miedo. Intenté explicarle que era
mejor que su madre trabajara para que después, cuando
fuera mayor, no le molestara. Pensó un poco y entonces me dijo que era
fácil solucionarlo: cuando ella creciera, yo podría ir a Bosnia. Parece que su
solución infantil vendría bien ahora para que yo me fuera a algún lado. Debería
aliviar la presión sobre ella, pero no sé
cómo.
Todos
mis amigos que no vinieron a verme al hospital anuncian que me van a visitar en
casa. Me siento mejor en cuanto a los huesos, pero estoy agotada. Casi todo el
tiempo estoy acostada y medio dormida, no me apetece leer, así que escucho la
radio o veo la tele.
Mientras
estaba en el hospital, hablaba por teléfono móvil sin dar muchas explicaciones de
dónde estaba y qué hacía. Claro, las personas más cercanas lo sabían. Ahora que
estoy en casa, no sé muy bien cómo debería comportarme o qué decir: el diagnóstico
verdadero o que solo tengo dolores de espalda, que también es verdad. Maja cree
que hay que decir el diagnóstico. En cuanto llegué a casa me llamó mi socio de
negocio. Había esperado a que regresara a casa para terminar un trabajo. Durante
la conversación, me preguntó cómo estaba y yo se lo dije. El hombre estaba
completamente en shock, no sabía cómo reaccionar. Sentí en su voz la reacción
típica de un gerente: «Esta ya no me es útil.» No me lastimó eso. Durante años he
sido gerente y sé que en el momento en el que tengo que solucionar un problema
no pienso sobre la persona, sino solo si me pueden ayudar. Mucho después,
sentía que le daba vergüenza hablar conmigo, porque no podía hablar de trabajo
cuando sabía que estaba enferma. La reacción de mi compañero de trabajo me
demostró que no deberíamos agobiar a la gente con lo que no les importa.
Ya
había tenido esa experiencia cuando Mile estaba enfermo. La mayoría de los
conocidos preguntaba por su salud de paso, pero también es muy difícil explicar
los detalles de una enfermedad grave. Son muy pocos los primos y amigos con los
que compartimos la vida y seguimos la alegría y la tristeza. Lo mismo vale para
la enfermedad. Un círculo de amigos sabe y está al tanto del progreso del
tratamiento. Alguien puede salir de ese círculo, y entrar alguien nuevo. Así
empecé a hablar por teléfono y pasar tiempo con nuevas personas, porque
estábamos unidas por la misma enfermedad. Tal vez a Maja le parecía que yo no era
losuficientemente consciente de la gravedad de la situación y que la carga del cuidado y la responsabilidad era demasiado
grande para ella. No fue así. Yo sabía por propia experiencia que todo
en la vida, incluso las enfermedades, tenía su propio curso y a ti te
corresponde aguantar día tras día.
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