Llegué
al hospital el sábado sobre las 21.30, como me habían pedido. Ya tenía la
habitación y la cama preparadas. La habitación era la número119, nos alojamos
allí temporalmente. Además de las cosas personales, trajimos el ordenador y el
televisor. La habitación tenía dos camas y un gran cuarto de baño. Entre las
camas hay cortinas y al lado de cada cama hay una cajonera. Las camas son
completamente móviles, tanto la cabecera como el soporte para los pies. Encima
de la cama hay dos luces y una alarma para llamar a la enfermera. Encima de
cada cama hay un soporte móvil con un televisor, las habitaciones tienen wi-fi
y todo se alquila o se paga por días.
Me
quedé tres noches en esa habitación y el martes me trasladé a la habitación
102.
Es
una habitación individual. En esta sección hay doce habitaciones individuales
como esta y el mismo número de dobles. En las habitaciones se alojan los
pacientes de trasplante, ya sea autólogo o alotrasplante. De hecho, las
habitaciones son apartamentos: tienen cama, armario, mesa, televisor, cuarto de
baño y todo lo necesario. A las habitaciones se accede por una antesala
exclusiva y no por el pasillo del hospital. A través de la circulación del aire
se mantiene la atmósfera lo suficientemente estéril. El personal hospitalario
se coloca la mascarilla y se lava las manos en la antesala antes de entrar en
la habitación. Lo mismo vale para los visitantes, pero ellos ademásse ponen
batas verdes de papel. Así es como se permiten las visitas a pacientes en
aislamiento. Los visitantes dejan sus cosas en el pasillo del hospital, en
casilleros particulares que se cierran con llave.
Los
médicos forman un sistema separado de las enfermeras. Visitan a los pacientes
todos los días, pero no existe una visita oficial y nosotros desconocemos la
jerarquía interna. Todas las decisiones médicas importantes las toma la persona
responsable, el jefe, que en mi caso es la doctora Moreno y el doctor encargado
del paciente, que en mi caso es la doctora Pilar. La enfermera, que ha
terminado estudios superiores de enfermería, (una carrera de tres o cuatro
años), se comunica con el enfermo. El auxiliar de enfermería, con formación
profesional de grado medio, está encargado de las tareas relacionadas con la
habitación y la comida. La ropa de cama se cambia cada día. No existe ningún
tipo de fobia a los médicos y su visita; nos han dicho que la habitación es
nuestra casa y que nos comportáramos como tal. Toda la orina se guarda; las
heces solo si hay algún problema. Hay un tipo de palangana de papel que se
utiliza para orinar. Se recogen dos veces en cada turno. La información entre
el médico y la enfermera va por ordenador y del mismo modo se comunica todo en
cuanto a los medicamentos y otras tareas. Toda la documentación y los cambios
se introducen en el ordenador y están disponibles para las personas
autorizadas. Oficialmente, las enfermeras visitan a los enfermos tres veces al
día y administran la terapia prescrita, miden la tensión y la temperatura. La
hora para las terapias es entre las ocho y las nueve de la mañana y entre las cuatro
y las diez por la tarde. En caso de necesidad hay un timbre para pedir una
intervención de emergencia. El médico aprueba los cambios de tratamiento. Las
enfermeras tienen un jefe que dirige la organización del trabajo y de los
turnos. El trabajo está organizado en tres turnos y por lo que vi, se trabaja
duro.
Después
de casi seis meses de tratamiento aquí, ni por casualidad ni deliberadamente he
conseguido escuchar de qué sufre uno. Los medicamentos están envueltos en
bolsas neutras con el nombre del paciente y no se puede leer nada. El personal
médico te habla acerca del medicamento que recibes, sin mencionar el
diagnóstico. Las enfermeras nunca comentan tu enfermedad, tampoco mencionan a
otros pacientes.
Tan
pronto como llegué al hospital el 1 de noviembre, me administraron la solución
fisiológica por el catéter. Arrastréel portasuero conmigo hasta el último
momento antes del alta. De ese modo recibía todos los medicamentos por vía
intravenosa.
El
domingo sobre las diez de la mañana empecé con la quimioterapia y el melfalán,
en dosis muy grandes. Recibo esta terapia durantedos días. Sufrí fuertes
dolores de cabeza. En cada control médico te preguntan si tienes dolor y de qué
intensidad en una escala de uno a diez, y si necesitas algo contra el dolor; por
ejemplo: después de la quimioterapia yo seguí recibiendo el medicamento contra
las náuseas, y cuando me preguntaron si lo seguía necesitando, propuse que lo
elimináramos porque ya no tenía náuseas. Les pedí algo para el estreñimiento e
inmediatamente recibí un medicamento en sobre que se disuelve en un poco de
agua y se toma. De verdad que fue eficaz e indoloro.
El
martes es el día de descanso. A mi petición vino el peluquero hospitalario y me
cortó el pelo. La pérdida del cabello no me molestó. Por la tarde me trasladé a
una habitación individual. Me ayudaron dos auxiliares de enfermería.
El
3 de noviembre Maja viajó a Belgrado porque tenía que ir a Banja Luka. Le dije
que yo estaba en el hospital y que no había ninguna razón para tener tanta
prisa, que se iba a cansar. Atendió a sus cosas. Incluso informó a la enfermera
jefe de que no iba a estar por unos días y que si era necesario podía llamar a
su amiga Marta. Así, las enfermeras, sabiendo que ella no iba a visitarme, cada
tarde envían a voluntarios a mi habitación para que me hagan compañía y charlen
conmigo. Los voluntarios son estudiantes de medicina y psicología y deben tener
un cierto número de horas de práctica y visita a los enfermos.
Día del trasplante, 5 de noviembre. Me bañé, me cambié de pijama y el
enfermero Edu me instaló un nuevo sistema de infusión venosa.
El
trasplante empezó sobre las once. Primero, me administraron un agente
antialérgico en el lugar de recepción de las células madre. Luego, las propias
células madre. Recibí dos bolsas de células madre. La primera ya estaba
preparada y la segunda esperamos a que la trajeran del banco de sangre. Todo
pasó rápidamente, sin problemas y con una espera de unas dos horas.
Por
la tarde todo cambió. Tenía 37,8 grados de fiebre. Me sentía muy mal.
Inmediatamente, me hicieron pruebas de sangre y orina, encontraron escherichia coli en la orina y me
prescribieron un antibiótico cada seis horas. Sentí por unos días el sabor y el
olor de los conservantes en la boca y en la habitación.
El
miércoles es un día bastante dinámico y muy interesante. Primero hace la visita
el jefe de hematología, acompañado por el psicólogo, luego, la doctora Moreno,
la jefa del equipo médico, y al final, mi doctora. El jefe de hematología me
dijo que esperaba que el miércoles siguiente no estuviera allí. Después
vinieron otros médicos, una confusión total. Edu me dijo que el jefe de
hematología venía los miércoles a la visita acompañado por su auditor y muy a
menudo por el trabajador social. Aquí cada uno tiene un auditor que controla su
trabajo y que tiene derecho aaveriguar si se han respetado todos los
protocoles.
Inmediatamente
después del trasplante se manifestaron fuertes dolores en la boca, en los
canales de los oídos y en los senos, en uno y otro lado, alternativamente. Me
administran medicamentos contra esos dolores cuatro o cinco veces al día. Me
visitan diferentes médicos en todos los turnos y siempre me preguntan qué y
dónde me duele. Auscultan los pulmones y el corazón, tocan a ver si se me han
hinchado las piernas y claro, revisan la garganta y la boca, para lo que
generalmente usan la luz de su teléfono móvil personal. Todavía tengo fiebre,
sobre 37,2-37,5 y recibo antibióticos. Me han explicado que como la
quimioterapia había destruido los glóbulos blancos y las células madre
devueltas al organismo ahora tienen que producirlos, en el organismo no hay
inmunidad y por eso me atacan diferentes virus y bacterias. Por esa razón me
duelen las membranas mucosas de la boca y de la garganta. No puedo lavarme los
dientes, solamente me enjuago. Hay un líquido de enjuague, pero según la experiencia
de otros enfermos, para este propósito lo mejor es la Coca-Cola. A veces
vomito, pero muy poco. He dejado de tener fiebre. Ahora es más fácil.
*
Siempre que me siento mal, invoco a mi madre. Eso,
probablemente, nos queda del nacimiento, cuando somos completamente
dependientes. Mi madre, Sava, estaba totalmente dedicada a sus hijos, incluso
cuando crecimos. Pienso en ella y me acuerdo con cuánta lucha crió y guió por
el camino correcto a sus cuatro hijos. Su familia y su casa eran todo su mundo.
No tenía tiempo para visitar la vecindad, pero tampoco le gustaba hacerlo. Se
mantenía alejada de los cotilleosdel barrio y me acuerdo de cómo interrumpía
algún chisme sobre muchachos y muchachas con la frase: «Déjalo, no sabemos cómo
serán nuestros hijos cuando crezcan.» Era ella la que tenía en sus manos todos
los hilos de los asuntos familiares. Vigilaba a los hijos y los animaba a
trabajar e incluía al padre cuando se trataba de algo importante o cuando le
desobedecíamos. Era suave e insistente, así que al final hacíamos todo lo que
nos pedía.
Fuimos cuatro los hijos que sobrevivimos. Contaba que su
primer hijo, una niña nacida durante la guerra, había muerto. Después tuvo un
aborto espontáneo de un embarazo gemelar avanzado. Mirko, el hijo mayor, nació
inmediatamente después de la guerra y después de mí nacieron Nikola y Nada.
Todos nacimos en un margen de cinco años. Nos llevábamos muy bien.
Es casi superfluo escribir qué significó para ella
trasladarse con dos niños pequeños del pueblo a Bosanska Gradiška, donde su
marido consiguió su primer cargo en la policía después de la guerra. Continuó
trasladándose de una ciudad a otra y dio a luz a dos hijos más. Se calmó cuando
compraron la casa en Sana. Estaba especialmente feliz porque podía ver a uno de
sus hermanos, a Vojin. Mi tío vivía en la casa de su padre, en el pueblo de
Rakovići, cerca de Lušci Palanka. Todos nos alegrábamos de sus visitas porque
eran un verdadero placer en todos los sentidos. Solía traernos a caballo queso,
leche, nata y otros productos agrícolas. Se sentaba con nosotros y se metía con
Nada y Nikola, los hermanos menores, por su torpeza con el caballo. El amor de
mi madre hacia su hermano, y la de él hacia ella, era infinito. De niños se
quedaron en la finca de su difunto padre, Milan, y su madre, Dosta, se casó de
nuevo. Durante sus visitas, la felicidad por estar juntos y por tener la
oportunidad de hablar de sus familias y de la vida iluminaba toda la casa y a
todos nosotros.
Loshijos crecimosy nos fuimos de casa, pero su
preocupación por todos nosotros continuó, aunque nosotros no la reclamáramos.
Insistía persistentemente en que yo tuviera un hijo. Decía que lo cuidaría ella
si yo no tenía tiempo debido al trabajo. Cumplió su promesa. Cuidóa Maja
durante los veranos en Sanay los inviernos en Belgrado. Lloraba cada vez que me
llevaba a Maja de Bosnia. Eso era comprensible para mí porque se separaba de su
nieta. Pero ella también lloraba cuando yo traía a Maja para que se quedara con
ellos. Cuando le preguntaba por qué lloraba me respondía: «Lloro por ti. ¿Cómo
puedes dejar a tu hija?»
En la época en que mis padres cuidaban a Maja, se
acercaron a Mile y él los aceptó como a sus padres. Así, hasta que empezó el
colegio, Maja pasaba el tiempo entre Bosnia y Belgrado. Durante las vacaciones
invernales de su primer curso, pasamos quince días en Bosnia. Hacía mucho frío,
nevaba mucho y Maja lo disfrutaba. Yo terminaba mi tesis doctoral. Mamá me
decía que ya era hora de dejar de llevar conmigo esos librotes y dedicarme a
Maja y su escuela. Prometí que lo haría. Regresamos a Belgrado el 1 de febrero
de 1987 y el 4 me dijeron que mi mamá había muerto. La noticia me chocó, no
podía creerlo. Luego acepté que lo más importante era que no hubiera sufrido.
Muchas veces le he dado vueltas a todo de lo que hablamos esas noches largas de
invierno antes de su muerte. Sé que estaba contenta con la vida que vivía en el
matrimonio. Tres de sus hijos tenían hijos. De su hijo Nikola, que ya tenía
cuarenta años y no estaba casado, comentaba con un tono conciliador que lo más
importante era que estaba vivo y sano.
Dos o tres años después de su muerte, Nine se casó y tuvo
pronto dos hijos. Mi madre no lo vivió, pero yo me alegré por ella. Todo lo que
sucedió después de su muerte, los sufrimientos y esa situación en la que sus
hijos estaban en dos ejércitos diferentes, al final me convenció de que no
debía lamentar que muriera tan temprano. Al fin y al cabo, espero que le sirva
de consuelo que nosotros, sus hijos, estamos vivos, que nos vemos y mantenemos
el contacto.
El
quinto día después del trasplante me sentía bien, tenía una energía especial.
Sentía mi cuerpo y el dolor de la espalda de antes. Ese día vinieron en la
visita la doctora Moreno y la doctora Pilar. Les dije cómo me sentía. Ellas
solamente sonreían y me hacían preguntas. Me examinaron de pies a cabeza: la
boca, los pulmones, las hinchazones de las piernas. Pensé en cómo sería si
nuestros médicos, especialmente el jefe de un equipo médico, examinaranasí a
alguien. En el informe médico de alta hospitalaria pone que ese día mis células
madre empezaron a producir su propia inmunidad. Para las doctoras fue
interesante el que yo sintiera el cambio en el organismo y ellas las vieron por
las pruebas de sangre.
Así
es como reviví. Desde luego, todos eran pequeños pasos hacia adelante.
Más
adelante, la doctora Pilar me preguntó si me sentía mejor o peor en comparación
con el día anterior. Me sentía peor y se lo dije. Me anunció que iba a comenzar
con la administración de las inyecciones de Neupogen que ya había recibido
durante el pretrasplante y que estimulaban la inmunidad.
Por
la tarde, después de la inyección, de nuevo tuve más de 37 grados de fiebre y
me subió la tensión. Ya son dos noches que duermo mal, que me duele todo. Como
no duermo por la noche, duermo por el día. He perdido completamente el apetito
y he tenido diarrea algunos días. Me parece que los dolores en la boca y la
cabeza disminuyen. Después de cuatro días he dejado de recibir las inyecciones
del Neupogen y tanto la fiebre como la presión se han tranquilizado un poco.
Cuando
Maja vino a visitarme por la tarde me dijo que había ido al médico, que se
sentía mal y que estaba agotada. La doctora le dijo que tenía el hierro bajo y
que el resto de los parámetros sanguíneos tampoco estaban bien. Tenía que tomar
medicamentos y descansar. No era raro teniendo en cuenta el esfuerzo tanto
psíquico como físico que hacía.
El
jueves 13 de noviembre recibí una transfusión de plaquetas. Después de la
transfusión, me dio alergia, enrojecimiento y erupción cutánea por todo el
cuerpo, sobre todo por el pecho y por los brazos.
TAMARA:
un día se me presentó una enfermera que no había conocido antes. Se llamaba
Tamara. Un nombre raro para esta parte del mundo. Lo comenté y me enteré de que
llevaba el nombre de un personaje de un libro que su madre había leído durante
el embarazo. Tamara era muy alta y fuerte, de mediana edad, y el nombre le
correspondía completamente. Hablamos un poco de nombres y luego ella se puso a
limpiar el catéter. Era muy complaciente y considerada. Me contó que había
trabajado en casi todas las áreas del hospital y que sabía que los pacientes en
hematología pasaban por un gran sufrimiento y dolor. Pero me dijo que también sabía
que cuando terminaban el tratamiento, se olvidaban del dolor y del hospital y
no regresaban por mucho tiempo. Su historia me animó, pensaba que todo esto iba
a pasar y que lo iba a acabar olvidando. Me agradó su empatía, me alegró el
día.
El
lunes 17 de noviembre, el duodécimo día después del trasplante, los médicos me
permitieron salir a pasear al pasillo con la mascarilla puesta. La alegría duró
poco: el martes por la noche tuve 38 grados de fiebre. De nuevo, antibiótico.
No pudieron determinar la causa de la fiebre, e incluso hicieron un análisis
del catéter, pero todo estaba bien. Entonces, surgió otro problema. Había que
encontrar una vena que pudiera soportar la cánula. Mis vasos sanguíneos son muy
débiles, en cuanto se tocan, se rompen y estoy toda morada. Después de varios
intentos, llamaron a una enfermera mayor que tenía un don para encontrar el
lugar en vena y solo ella lo consiguió.
El
viernes la doctora Moreno me dijo que no me iba a casa porque no podía dejarme ir
con fiebre. Me dieron cortisona para que pasara, pero por la noche noté la
alergia. Hasta a la mañana siguiente estaba toda enrojecida. Pararon con la
cortisona y dos días más tarde la alergia se retiró. Ya no tenía más fiebre,
que era lo más importante.
Esa
semana se me cayó el pelo por completo. Una mañana me pasé la mano por la
cabeza y se me cayó todo por delante y por detrás se quedó algo, pero muy poco.
Después de todas las quimioterapias, esta es la primera vez que estoycalva. Por
suerte, es invierno y puedo llevar un gorro.
El
24 de noviembre por la mañana, la doctora Pilar me dijo que podía irme a casa
sobre las cinco de la tarde. Informé a Maja inmediatamente. Sin embargo, media
hora más tarde, la doctora cambió de opinión y pospuso el alta para el día
siguiente. Dijo que me había disminuido la inmunidad. Me ibana administrar la
inyección de Neupogen para que volvieraa aumentar. Me puse triste, aunque me
convenía quedarme porque estaba agotada.
Así
que me encontré en el hospital un lunes más, aunque tanto los médicos como yo
habíamos esperado que estuviera en casa la semana anterior. Por fin, al día
siguiente, 25 de noviembre sobre las diez, la doctora Pilar me informó de que
todo estaba bien y que podía irme a casa. Ella iba a terminar el informe hasta
las doce; me explicaría qué hacer en adelante y después podríairme. Y así fue.
Sobre el mediodía, la doctora trajo el informe de alta, las instrucciones de
qué podía comer y las recetas de los medicamentos que iba a tomar en casa.
Tenía
prescrito solamente Ranisen para la protección del estómago y un medicamento
para el tratamiento de neuropatía: Lyrica. Debo comer únicamente comida recién
preparada, norecalentada y debo usar envases individuales. Está estrictamente
prohibido el yogurt porque contiene bacterias vivas y las frutas y las verduras
frescas que no se puedan pelar. Cuando vayaal hospital para hacerme un control,
en el edificio tengo que ponerme la mascarilla. En la calle no. Está bien que
pasee y evite espacios cerrados con mucha gente. Tengo que volverpara hacerme
un control dentro de una semana al hospital de día. Agradecí a la doctora Pilar
la rapidez. Nos despedimos y faltó poco para que nos besáramos como dos
antiguas conocidas.
No
es fácil para mí resumir misimpresiones, mucho menos valorar aquellas que
vienen del hospital y el trasplante. No puedo decir que sufrierafuertes dolores
porque los medicamentos los reducen al mínimo. Todos insistían en que no debía
aguantar dolor. El alojamiento, la habitación, el cuarto de baño y la higiene
estaban en el nivel más alto. Durante días me sentía como si mi cuerpo no
existiera. Hablaba y reaccionaba como un robot. No era capaz de encender el
ordenador o hacer cualquier cosa. Menos mal que Maja se organizaba muy bien y
cuando venía a verme me leía el correo electrónico y, consultándome, lo
respondía.
El
personal era muy amable y correcto y nos comunicábamos bien, aunque yo
reaccionaba como un zombi. Leí el libro
La sombra del viento de Carlos Ruiz Zafón. Me venía bien leer y evadirmede
la vida real. No tenía apetito, me sentaban bien las manzanas y las mandarinas,
pero la retención de líquidos me hacía subir de peso. Eso les preocupaba mucho
a los médicos. No obstante, antes del alta, empecé a perder peso, un kilo cada
día. Llegué a casa con cinco kilos menos. Me identifiqué tanto conmigo misma en
el hospital que sentía temor de salir al aire libre. Al final, con fuerza de
voluntad, en mi mente empecé a pasear por caminos conocidos. Le dije al
enfermero Edu que yo ya no estaba en el hospital, en mi cabeza yo estaba fuera.
Eso me ayudó en el momento de salir del hospital.
Maja
vino para recogerme. Todo estaba preparado y hacia las dos de la tarde nos
despedimos del personal y nos fuimos del hospital.
Al
cabo de unos quince minutos estaba en casa.
No
sabía si llorar o reír de alegría. Me tumbé en la cama y comencé a llorar.
Salió por esas lágrimas toda la tristeza que la enfermedad conlleva y sentí
alivio. También sentía alegría porque la incertidumbre había pasado, porque ya
no estaba en hospital, todo eso estalló en mí de repente y disfrutéde todas esasemociones
que surgían en mí.
Maja
limpió y lavó todo. Debido a mi débil inmunidad, era muy importante cuidar la
limpieza. Compró comida según las instrucciones de nutrición. Pasé los primeros
días en casa generalmente durmiendo, cansada y agotada de la diarrea y la
fiebre del hospital. En cuanto a la comida, los platos cocidos me apetecen más,
y son los que como. Recuperé muy pronto la costumbre de pasear. Al principio me
cansaba, pero poco a poco eso pasó. Las tareas de la edición del número de
diciembre de la revista EMC-Review me
ayudaron a salvarme del letargo, aunque también me cansaban.
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