Es un día de junio más caluroso de lo habitual. Mi hermano Mirko y yo hemos
partido a visitar nuestro lugar de nacimiento, el pueblo de Grdanovci. Nos
acompaña Slobodanka, su esposa. El pueblo está situado en los montes sobre
Snaski Most y Lušci Palanka. Es el pueblo de Domazeti, mi abuelo Pane y mi
padre Mlađen. Llevamos planeando la visita desde hace unos años.
Conducimos temprano por la mañana el 6 de junio, por la carretera al lado
del río Sana. Miro el paisaje y pienso en las veces que he pasado por aquí en
tren por el otro lado del río. Antes de llegar a Sana giramos rumbo al pueblo de
Usmovce, junto al río Bliha. Pasamos al lado de naves arruinadas de la
industria socialista, un espacio enorme, abandonado y la chimenea del antiguo
gigante Šipad, popularmente conocido como Pilana[1]. En la
escuela secundaria recibí una beca de esa empresa, por lo que les estoy
eternamente gradecida.
Preguntamos en el pueblo por dónde debemos continuar hacia Grdanovci. Nos
explican que hay un nuevo camino forestal allí abajo, por el otro lado del puente.
Regresamos y continuamos. A diferencia de las arruinadas naves industriales,
las casas en el pueblo sonnuevas y están bien decoradas. Nos dicen que los
dueños trabajan en el extranjero. Conducimos una media hora por un camino de
tierra y llegamos a la meseta debajo del monte Lisac. Ahora sabemos dónde
estamos. Cuando subimos vemos un camino conocido que lleva a Domazeti y pasa
junto a los caseríos y las casas de los Daljević, los Kovačević y de la
escuela. Bajamos por el camino, pero no hay casas. Se ven dos o tres casas
nuevas, no sabemos de quién son. Los tres hermanos Tode, Bićo y Pane son los
mayores de Domazeti que nosotros recordamos. Después vinieron sus hijos y
nietos. «No hay escuela, no se ve», repite Slobodanka mientras bajamos hacia el
pueblo. Pasamos al lado de la renovada casa de nuestro familiar Ostoja. Mirko
está contento, ya llegamos. Bajamos un poco más y allí, donde esperamos la
conocida imagen de jardines, casas y pueblo, vemos solo arbustos y árboles.
Mirko insiste, quiere encontrar el camino para entrar al pueblo a pie, pero no
lo conseguimos.
Renunciamos y volvemos hasta la casa de Ostoja para preguntar por el
camino. Ostoja y su esposa son de nuestra edad. Regresaron de Prijedor con su
hijo, donde estuvieron durante la guerra en una casa de musulmanes. Su casa
está restaurada. Tomamos café y por su historia nos enteramos de que ya no
existe nuestro pueblo. Todo está destruido y descuidado. Le explican a
Slobodanka que la escuela no se ve porque el techo está derrumbado y ahora los
retornados guardan allí su heno. No hay niños, así que no da tanta pena.
Slobodanka comenta que cuando vino la primera vez al pueblo, en el patio de la
escuela fue la asamblea del Día del Levantamiento en Bosnia y Herzegovina, la
fiesta nacional, el 27 de julio. Dicen que nadie ha regresado a nuestro pueblo.
Una casa ha sido restaurada, pero nadie vive en ella, así que también está
descuidada. Mirko no renuncia, pide que el hijo nos acompañe y nos muestre el
camino para entrar. La persistencia no da fruto, no se ve nada. Solo justo
enfrente de la pared derrumbada de la nueva casa de tío Miloš nos damos cuenta
de que se trata de su casa. No se ve ni rastro de los cimientos de la antigua
casa del abuelo. Le damos las gracias al guía y nos vamos.
Bajamos tristes por Lisac. Luego nos sentamos a la sombra y revivimos
acontecimientos de la infancia. Sacamos de la memoria imágenes y personas que
ya no existen. Mirko se queja de eso. No sé si se debe recordar el pueblo tal
como fue antes o como es ahora. Comentamos el dilema y concluimos que debemos
acordarnos de las dos imágenes. Mirko dice que en Lika ha visto muchos pueblos
serbios destruidos, pero las ruinas y los cimientos de las casas han quedado a
la vista. Aquí no se ve nada, quizás porque el terreno es diferente, no es de piedra.
Volvimos a Sana a ver la ciudad en que crecimos. Giramos en una fuente del
Zdena que está protegida porque el agua se utiliza para abastecer la ciudad.
Recogemos agua fría en nuestra botella y bebemos de un vaso que quema del calor
que hace. Descansamos, escuchamos el murmullo de la fuente que trae recuerdos.
De pequeños veníamos aquí en la madrugada del Uno de Mayo. El color azul delos
guardapolvos de los obreros se mezclaba con el rojo de las banderas. En Pilana
trabajaban unas tres mil personas que participaban en las celebraciones de los obreros.
Los discursos festivos sobre los logros laborales eran un ritual habitual.
Después empezaba la fiesta popular con la música. El buen tiempo contribuía a
la belleza de la experiencia.
Por el camino junto al Zdena llegamos a la casa de nuestra infancia. Ahora
nadie vive aquí y la casa se vende. Mi hermano Nikola vendió la casa después de
la guerra al hombre que se había alojado allí por la fuerza cuando los serbios
habían sido expulsados de Sana. Ahora vive en Banja Luka. Entro en el jardín
descuidado, la casa está cerrada con llave. Estoy de pie al lado del pozo y
respiro los olores conocidos de esa tierra y ese aire. Saco fotos del jardín y
del pozo para Maja. Para ella el pozo tenía una atracción mágica. Con la mirada
sobre el páramo busco el río, que está a unos cien metros de la casa. El Zdena,
aunque pequeño y frío, es muy importante para nosotros. Allí hacíamos la
colada, nos refrescábamos en verano y aprendíamos a nadar.
Ya sabíamos que nuestros antiguos vecinos del otro lado de la calle, los
Crnomarković, habían regresadoa Sana. En la planta baja de la casa hay una
cafetería. Nos refrescamos y hablamos con los vecinos. A mi pregunta de qué es
lo que se encuentra en el nuevo, bajo y largo edificio que llega casi hasta el
Zdena, responden que es un asilo de ancianos. El dueño es una organización no
gubernamental de Alemania. Añaden que es una de las pocas empresas que funciona
y da trabajo.
Nos queda ir a Šušnjar y visitar las tumbas de nuestros padres. Mamá Sava
murió en febrero de 1987 y nuestro padre Mlađen, en diciembre de 1993. El
cementerio está bien mantenido. Durante de la guerra de los noventa había
monumentos rotos, pero nadie rompía las lápidas con la estrella de cinco
puntas. La lápida de mis padres es de esas. Pasamos un tiempo en el cementerio
y cada uno por sí mismo reflexiona sobre el pasado y sobre si volverá y cuándo lo
hará. Propongo que visitemos el complejo memorial de los partisanos caídos en
la Segunda Guerra Mundial que está frente al cementerio civil. Entramos en elparque
y nos dirigimos hacia el monumento. El parque está descuidado, hierbas y
arbustos han cubierto las pistas. Cuando llegamos a la llanura donde está el
monumento compuesto de placas de metal en forma de silueta, vemos que todo está
oxidado y roto. Se nos acerca una señora que nos explica que ella solía
ocuparse del complejo, pero no que ya no es empleada. El terreno del parque se
subastará y el monumento será derribado. Comentamos que ya ha durado mucho
porque los monumentos de partisanos ya han sido derribados hace mucho tiempo en
varias repúblicas del antiguo estado.
Es sábado por la tarde. Tranquilidad completa por todas las partes, no hay
ni coches ni gente. Sí hace calor, pero es raro que nadie tenga alguna razón
para estar en la calle. Paseamos por el centro, visitamos el antiguo hotel y
continuamos hacia el puente sobre el Sana. Propongo que regresemos y visitemos
la iglesia ortodoxa. Desde fuera parece que nada ha cambiado. Entramos en el
patio, pero en la iglesia no podemos, la puerta está cerrada con llave.
*
Nos sentamos en el banco del
patio de la iglesia y hablamos de la verbena que se celebraba el 19 de agosto,
en la Transfiguración, el día en que Jesucristo se transformóen luz. Mamá Sava
decía que a partir de ese día la naturaleza cambiaba y que empezaba el otoño.
En ese día venían los familiares de papá y mamá de los pueblos cercanos:
Grdanovci, Lušci Palanka y Otiš. Unos vendían ganado, otros iban a la iglesia y
disfrutaban en la verbena. Eso significaba que se juntaba una muchedumbre en
casa, y más invitados, tanto conocidos, como desconocidos. Para nosotros, los
hijos, esa fiesta no tenía el significado religioso que teníapara los demás en
casa; la vigilancia de mi padre hizo que fuéramos ateos, especialmente
nosotros, los hijos. Mi madre era agnóstica, como se dice hoy en día, pero
nunca dejó la costumbre de no hacer trabajos duros cuando era el día de algún
santo, ni de santiguarse antes de dormir.
Luego, cuando crecimos un poco,
fuimos a la verbena con los amigos y disfrutamos del ambiente con carrusel y
dulces. En la reunión en el patio de la iglesia fui con una de mis primas del
pueblo. Primero se iba a la iglesia. Luego ellas bailaban kolo y miraban a
los chicos. Mirko se fue a Sarajevo a la escuela militar y dejó de ir a la
verbena. Cuando era estudiante de secundaria, e incluso en la facultad, me
alegraba de que llegara la verbena y de la oportunidad que ofrecía de ver a
muchos viejos amigos. La impresión era completa si en Sana estaban Jela o Rade,
mis amigos y compañeros del tren. El paseo de ida y vuelta por el korzo[2]desde la casa de Jela, sobre el puente,
hasta el antiguo Hotel Sana era la mejor manera de ver a todos y de ser vistos.
En esos doscientos o trescientos metros del paseo principal, desde el cine,
sobre el puente y la plaza hasta el hotel, podíamos ver y chismear sobe todos
que nos interesaran.
Continuamos el recorrido y nos dirigimos hacia la mezquita que está situada
junto al mercado, en la otra orilla del río Sana. Lo que nosotros recordamos es
un simple templo con un minarete, pero ahora es diferente. El edificio se ha
ampliado notablemente, se han construido tres minaretes más y ahora los cuatro
minaretes se levantan en el centro de la ciudad. Nos sentamos en la taberna que
está en la terraza del edificio de Konzum y miramos a las calles desiertas y el
puente sobre el Sana.
El regreso de los refugiados a Sana después de la guerra fue selectivo. Los
serbios evitaban regresar porque el Sana se había quedado en territorio de la
Federación. Vendían sus propiedades y compraban casas en la Republica Srpska.
Lo que no podían vender quedó abandonado, como nuestro pueblo natal. Los
croatas tampoco regresaron porque no tenían dónde trabajar. El programa de
ayuda que ofreció Alemania a los refugiados de Bosnia fue utilizado por muchos
musulmanes para regresar a Sana. La administración municipal les prometióel oro
y el moro, pero se quedó en nada. Cuando gastaron sus ahorros tuvieron que
buscar trabajo en otro lugar.
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