27.5.17.

EN CASA, FEBRERO DE 2014




 Después de diecisiete días en el hospital, me voy a casa. Estoy muy confundida y nerviosa. Mi teléfono no funciona y tengo que avisar a Maja para que venga a recogerme. Pregunto a Dragan, uno de los compañeros, que sabe de tecnología, por qué mi teléfono no funciona. Dice que se le ha agotado la batería, que probablemente durante la noche pulsé algún botón y encendí el teléfono sin querer. Apenas soluciono eso, cuando veo que se me ha caído el parche para el dolor. Dana y yo lo encontramos en la cama con mucho esfuerzo. Entonces entra la visita de los médicos, yo quiero quitarme las gafas, se me cae un tornillo fuera del marco y un cristal. Por suerte, un compañero tenía un pequeño destornillador, así que me las arregló muy rápidamente después de la visita. Me calmo finalmente y aviso a Maja para que venga a recogerme sobre las once.
Después de esperar el informe de alta hospitalaria y de hablar con la doctora, Maja y yo nos vamos del hospital y llegamos a casa sobre el mediodía. Maja se va enseguida al Centro de Salud de Vračar con el informe de alta, porque ahora el tratamiento continúa allí, a través del servicio de atención domiciliaria. El médico del hospital no puede escribir la receta para el medicamento porque de eso está encargado el médico del Centro de Salud. Maja aprendió muy pronto los caminos y las divagaciones del sistema sanitario. De pequeña era muy tranquila, organizada y capaz de percibir detalles. No le gusta que la cojan por sorpresa sin algún papel, todo lo contrario a mí, que siempre estoy en apuros. Con la ayuda de Cica, muy pronto aprendió las reglas necesarias. Yo me quedo en el piso, meriendo congran esfuerzo y me preparo uncafé porque creo que me ayudará a regular mi metabolismo. Pienso sobre la carga que le he impuesto a Maja.

*
Cuando Maja empezó a ir al colegio terminó el tiempo que pasaba con su abuela Sava. Acordamos que, después de las clases, se quedaría en el centro para cuidarla después de la escuela hasta que nosotros regresáramos del trabajo. Ya después de unos días, Maja empezó a rogarnos que le diéramos las llaves del piso y que la dejáramos ir a casa después de las clases. Sabíamos ya desde la guardería que prefería estar sola en su mundo que con los otros niños. Al final cedimos. Estaba en las clases desde las ocho hasta las once y media y después sola en casa hasta las cuatro o cinco de la tarde. Por la noche, mientras la duchaba, le preguntaba si tenía miedo y cómo se sentía. Me dijo que se oían diferentes ruidos en casa pero que no tenía miedo. Intenté explicarle que era mejor que su madre trabajara para que después, cuando fuera mayor, no le molestara. Pensó un poco y entonces me dijo que era fácil solucionarlo: cuando ella creciera, yo podría ir a Bosnia. Parece que su solución infantil vendría bien ahora para que yo me fuera a algún lado. Debería aliviar la presión sobre ella, pero no sé cómo.

Todos mis amigos que no vinieron a verme al hospital anuncian que me van a visitar en casa. Me siento mejor en cuanto a los huesos, pero estoy agotada. Casi todo el tiempo estoy acostada y medio dormida, no me apetece leer, así que escucho la radio o veo la tele.
Mientras estaba en el hospital, hablaba por teléfono móvil sin dar muchas explicaciones de dónde estaba y qué hacía. Claro, las personas más cercanas lo sabían. Ahora que estoy en casa, no sé muy bien cómo debería comportarme o qué decir: el diagnóstico verdadero o que solo tengo dolores de espalda, que también es verdad. Maja cree que hay que decir el diagnóstico. En cuanto llegué a casa me llamó mi socio de negocio. Había esperado a que regresara a casa para terminar un trabajo. Durante la conversación, me preguntó cómo estaba y yo se lo dije. El hombre estaba completamente en shock, no sabía cómo reaccionar. Sentí en su voz la reacción típica de un gerente: «Esta ya no me es útil.» No me lastimó eso. Durante años he sido gerente y sé que en el momento en el que tengo que solucionar un problema no pienso sobre la persona, sino solo si me pueden ayudar. Mucho después, sentía que le daba vergüenza hablar conmigo, porque no podía hablar de trabajo cuando sabía que estaba enferma. La reacción de mi compañero de trabajo me demostró que no deberíamos agobiar a la gente con lo que no les importa.
Ya había tenido esa experiencia cuando Mile estaba enfermo. La mayoría de los conocidos preguntaba por su salud de paso, pero también es muy difícil explicar los detalles de una enfermedad grave. Son muy pocos los primos y amigos con los que compartimos la vida y seguimos la alegría y la tristeza. Lo mismo vale para la enfermedad. Un círculo de amigos sabe y está al tanto del progreso del tratamiento. Alguien puede salir de ese círculo, y entrar alguien nuevo. Así empecé a hablar por teléfono y pasar tiempo con nuevas personas, porque estábamos unidas por la misma enfermedad. Tal vez a Maja le parecía que yo no era losuficientemente consciente de la gravedad de la situación y que la carga del cuidado y la responsabilidad era demasiado grande para ella. No fue así. Yo sabía por propia experiencia que todo en la vida, incluso las enfermedades, tenía su propio curso y a ti te corresponde aguantar día tras día.

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